Sala de urgencias (influenza II)

A las 10:30 el piso de la redacción parecía una extensión del piso de algún hospital: los cubrebocas se convirtieron en el invitado especial del diario en el primer día laboral bajo la alerta sanitaria. La bienvenida la dieron unos carteles pegados en las puertas de vidrio con la información básica sobre la manera de prevenir los contagios, sobre las medidas que la empresa había tomado ya para reducir los riesgos en el lugar de trabajo y las facilidades que habría en caso de que algún empleado presentara síntomas o cayera enfermo. Lo que el fin de semana había visto en la calle o a través de los noticieros, era ya un elemento con el cual tendríamos que convivir. En el diario, algunos columnistas publicaron sus fotografías con el cubrebocas puesto y una R de Récord pintada. El lado amable de la adversidad. Esa fue la manera de invitar a los lectores a sumarse a la campaña de prevención. La influenza fue el tema del día: en la junta editorial, en las charlas de pasillo. Había quienes bromeaban con el hecho de que si la pequeña tela en el rostro combinaba o no con la ropa del día, si era ya algo chic o un estorbo, si era una exageración o una necesidad, si a los chaparritos esa tela les tapaba casi toda la cara o si a los narizones los hacía ver simpáticos. Como la vida sigue, las juntas también, y la planeación, y todo. En esas estabamos cuando el edificio comenzó a moverse. El agua de la botella en el escritorio del jefe comenzó a agitarse, las paredes de cristal a cimbrarse y el estómago a revolverse. Estaba temblando. No¡. Justo el domingo leía una crónica del país donde el reportero hacía referencia a los miedos con los que los chilangos ya habíamos aprendido a convivir, y entre ellos estaban los sismos. Y hoy, uno de ellos sumaba temor a la ya de por sí atemorizada ciudadanía. Lo reconozco, sentí un poco de miedo. Lo traté de disimular preguntando a los compañeros su sentían lo mismo. Nos paramos, salimos de mi oficina, y el temblor cesó. Casi 6 grados, pero se sintió como de 8. Y comenzamos a recordar, ya de regreso a la junta. El terremoto de 85, cómo había sido, cómo lo sentimos y vivimos. Luego, de nuevo al tema nuestro: el futbol, lo más importante de lo menos importante (otra cosa sería si estuviera dispuesto a irme al Barca-Chelsea, claro). El día se fue llenando de influenza. De etapa tres a cuatro, según la OMS. De los casos que en el mundo se fueron sumando. De llamadas a los conocidos para saber su estado de salud o emocional. De ver en el facebook las dosis de buen humor, más efectivas que las de antibiótico. Para la hora de la comida, salimos cuatro a un restaurante. Si acaso, había veinte más en el lugar a la hora en la que, en condiciones normales, apenas y hay lugares. Las meseras, las cajeras, con el cubrebocas como parte del uniforme. En las paredes, la opciòn puesta por el gerente de llevarse la comida si no se quería consumir ahí. Al parecer muchos comulgaron con la idea y se la llevaron. Mientras menos expuestos, menores los riesgos de contagiarse. A las 4 de la tarde, en una vialidad que a esa hora está intransitable, se podía avanzar a buena velocidad. Qué rara mi ciudad. No me la creo. Todo le está pasando. El aguacero de la noche del domingo había sido para mi una buena señal, de que tanta agua se llevaría lo malo y amanecería el cielo claro, sin virus. Pero no, como otras veces, fue el presagio del temblor. Haciendo memoria, la naturaleza suele funcionar así en este cachito del mundo. POr la tarde, el director del diario repartió más cubrebocas y dijo: es obligatorio. En los portales de internet se reportaban algunas tiendas con clientes en una especie de compras preventivas o de cuasipánico. En la tele, salieron a decir que no era necesario, que para nada habría desabasto. Pero algunos se alocaron y ahí estaban, comprando. Yo previne, pero sólo los tres días siguientes La verdad ya me hacía falta algo de fruta, pan y cereales. 10 de la noche y yo en el super. Camino a casa sentí un poco de tristeza, y la verdad si algo me preocupa son mis sobrinos, mis hermanos, mi madre. Uno como sea... A las 11 ya estaba moviendo mi rodilla como todas las noches para dejarla lista lo más pronto posible, acabé cansado, con un poco de hambre. Cansado también de las noticias, de los efectos de la influenza maldita, de lo que la crisis se agudizara con todo esto...

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De locura