Efectos secundarios (Influenza IV)

Jueves. Día de cierre. El rezo matutino era para que en este día donde suelo pasar más horas de las normales en la oficina, mi cuerpo no encuentre el virus maldito. Sigo aquí. Media hora para la media noche, y ya todo está casi listo. Yo me siento sano. A través de la puerta de cristal observo a mis compañeros con la mirada clavada en los monitores y con su riguroso cubrebocas que, curiosamente, el de todos es azul, porque en otros días había blanco o en combinación de ambos colores.
Están cansados, pero atentos. Una compañera diseñadora está feliz porque mañana se va de vacaciones, por fin, luego de que toda la semana había estado preocupada por la posibilidad de tener que cancelar todo o porque la atacara el virus o porque las aerolíneas cerraran vuelos. Hasta esta noche, su viaje sigue en pie. Qué envidia.
Ella se va, y seguro sufrirá los estrictos controles de los aeropuertos, exámenes médicos exhaustivos y alguna que otra mirada de fuchi de quienes identifiquen que es mexicana. Actitudes de este tipo han comenzado a verse. Los jugadores de los dos equipos mexicanos que fueron a Chile y Argentina a jugar la Copa LIbertadores, fueron hasta insultados sólo por ser de este país; el diario Marca español destaca en su portada de este viernes, a uno de ellos que, según dicen, amenazó a un rival con infectarlo con el virus (si lo tuviera, no hubiera podido jugar); Argentina, Brasil y otros países centroamericanos han cancelado los vuelos desde México; en Estados Unidos, un locutor de radio llamó a los migrantes "ciminaliens" mientras discutía con un radioescucha sobre el origen de la influenza; Carlos Vela, el delantero del Arsenal, fue sometido a examenes médicos para descartar cualquier riesgo de infección sólo porque fue visitado por amigos mexicanos. En fin. Estamos en boca de todos. De mala manera, pero estamos. De injusta manera, pero estamos. Mientras tanto, mi ciudad veía como desde hoy era abandonada por muchos de sus habitantes pese a las recomendaciones para no salir de casa. Desde la ventana de mi oficina, pude observar como a eso de las 6 de la tarde el periférico que mostraba un tráfico usual para la hora, pero inusual en estos últimos ocho días. Se trata del inicio del puente del primero de mayo, y si de estar encerrado se trata, muchos prefirieron meterse a sus casas de campo que en las de la ciudad. Así que el aspecto fantasmal del defe se recrudecerá el fin de semana. Y hoy decidí que el sábado saldré con mis cámaras a retratar algo que dificilmente volveremos a ver, o porque no sobrevivamos a esta crisis o porque todo servirá para hallar la cura y prevenir una situación similar en el futuro. Se acabó el día, seguimos en fase cinco, subió el número de infectados confirmados y el de muertos, por fortuna no en la misma proporción; terminó el día, por cierto, día del niño con los niños resguardados; un día triste para ellos. Las imágenes de parques vacíos ocuparon espacios en los sitios web de los diarios. Faltaron las risas por las calles. Yo pude ver algunos pequeños en los coches con su papas haciendo fila para comprar hamburguesas para llevar en el McDonalds o Burguer King. Pero en la calle, nada. Desaparecieron los acostumbrados globos, los caramelos en las manos, las aglomeraciones en las cajas de las secciones de juguetes de las tiendas departamentales. La ciudad perdió hoy su yo infantil. Mis sobrinos, mis niños más cercanos, se la habían pasado jugando uno en la casa de la abuela. Ahí se pasaron la tarde y por lo menos pudieron cambiar de aires.
Ya es viernes. Seguimos en fase 5. Terminé este texto ya en casa, tras haberlo iniciado en la oficina. Estoy cansado. De sentirme raro en mi ciudad, de que la gente alrededor tenga temor, de ver caras a la mitad, de comer lo que hay y no lo que uno quiere, de ver al de al lado con desconfianza, de recibir a la gente en el lobby del edificio porque todos son presuntos portadores, de escuchar y ver todo el día noticias sobre lo mismo, de no oir niños, de querer un bar y saber que están cerrados con las cervezas calentándose, de saber que llegó el fin de semana y que la única diferencia será estar todo el día en casa y no en la oficina... de huirle a algo que no puedo ver, pero que todos sabemos que ahí está... Ahora lo pienso, mi jueves no fue tan terrible. Un pensamiento mio y una foto podrían publicarse en una revista, al menos eso me dijo su editora que sin más ni más, me preguntó sobre la felicidad. Sí, me hizo feliz hablar de la felicidad... qué bonito es hablar de cosas que has vivido o sentido. Ahora sonrío, tomaré un té e iré a dormir. Me hizo feliz saber que a alguien le gustó lo que dije pero, sobre todo, que me ayudó a transportarme a esos tiempos mejores que la memoria guarda para casos de emergencia.

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De locura