La aventura en el Estrecho de Bering

Cuatro meses atrás falleció Salomón Jauli Dávila, un avezado nadador extremo cuyo gran placer era cruzar estrechos. Supe de él cuando cruzó el de Gibraltar, entre África y España. Hablamos por teléfono antes y después del cruce. Lo logró. La narración de su hazaña la hizo aún con el aliento agitado, aún con la emoción de haberse impuesto a ese mar que entre sus aguas tiene a cientos de africanos que en su anhelo de llegar a Europa encontraron la muerte.
Lo conocería en persona semanas después, cuando él asumió su cargo como diputado federal por Puebla, así como la presidencia de la Comisión de Juventud y deporte de la misma Cámara. La relación creció y de ahí llegó una invitación difícil de creer: me pidió acompañarlo para reseñar su siguiente intento: el cruce del Estrecho de Bering, entre Estados Unidos y Rusia. No podía rechazar la invitación
Salomón comenzó a entrenar y seguí todo el proceso, hasta que llegó el día.
Fue un viaje intenso, lleno de nervios. Para mí sería, sin duda, el viaje al sitio más inhóspito jamás
pensado. Lo era: casi un día de vuelo: México, Los Ángeles, Seattle, Nome, Walles y Little Diomede, la isla desde donde se programó el inicio del cruce hacia la Big Diomede en el lado ruso. Las crónicas de la travesía se publicaron en el Diario Reforma, y algo más en específico sobre el cruce lo rescaté para este blog el dia posterior a la muerte de Salomón (http://rumboaalgunlugar.blogspot.com/2010/12/mi-amigo-salomon.html)
Hoy, a cuatro meses de su fallecimiento, quise recordar esa gran aventura, la más extrema de las que he vivido. En esta primera parte, una crónica gráfica de ese día histórico para él, para México y para mi. Fue un viaje que marcó mi vida: nunca creí estar parado donde, dicen muchas teorías, los primeros seres humanos cruzaron a América, un sitio tan agreste pero a la vez tan mágico: convivir con esquimales, sobrevivir con pocos alimentos, vivir días de 20 horas, con apenas 4 de oscuridad para poder dormir; volar en varios de los aparatos inventados para ello: avión, avioneta y helicóptero; arriesgar la vida en una lancha de cuero de león marino, sentirse amenazado por la milicia rusa que nadie vio pero que todo mundo sabía que estaba ahí, en la isla de enfrente, dispuesta a actuar ante la intromisión ilegal (pues no llevábamos visa rusa); salir en las páginas de un pequeño diario de Nome como parte de la extraña expedición; haber conocido a gente valiosa con la cual aún me une una gran amistad, en Puebla, en Pittsburgh, en Boston, en el cielo, pero sobre todo, haber tenido la oportunidad de conocer a un tipo fuera de serie como Jauli, que dejó tantas enseñanzas en mi.
Salomón, la aventura no termina. Gracias.

Con Salomón en el aeropuerto de Nome, provenientes de Anchorage, Alaska.

En la avioneta que nos llevó de Nome a Walles, la escala previa a Little Diomede, en el Estrecho de Bering.

El equipo completo en Nome: Salomón, Zenón Marco Polo y Yo.

Planeando el cruce con el mapa de las dos islas, en la oficina del alguacil de Little Diomede.

La preparación: Jauli con su DrySuit, Marco y Zenón ajustando el traje; yo, documentando.

Marco Polo, vestido de Steeler, con los ajustes finales.

Salomón hacía el reto: Nosotros esperábamos ya en la lancha.

A segundos de tirarse al mar con 3 grados centígrados de temperatura y tras casi dos semanas de esperar buen clima para hacerlo.

Salomón en el Mar de Bering.


Una pausa. A esa temperatura, el agua es más densa y cuesta mucho más avanzar.

Salomón llegando a la lancha para tomar algo.

Jugo de manzana y barra energética fue lo que pudo ingerir en esa escala de segundos.

Por el tramo definitivo. A la mitad del trayecto de casi 4 millas que separan las dos islas, los dos continentes.

Al fondo, Big Diomede, Rusia. Se alcanza a ver la roca con el letrero imaginario de "meta". Del lado de la foto, eran las 2 pm; del otro lado, las 10 pm. Justo estábamos sobre la línea internacional del tiempo.

Salomón lo lograba. Aquí, el momento en que consigue tocar la Big Diomede. Lo bravo del mar en esa zona impidió mantener la cámara fija. Sin embargo, creo que le da dramatismo al momento.

La sonrisa en el rostro de Salomón no se alcanza a percibir, pero todos la vimos. Nosotros no podíamos acercarnos más con la lancha porque había riesgo de chocar con las rocas cercanas a la masa continental. Salomón tuvo que nadar de regreso unos 50 metros más, hasta que tomó nuestras manos y subió a la lancha. Nuestro grito de alegría sólo lo escuchamos nosotros.

El Estrecho de Bering. Foto tomada desde Little Diomede la tarde de la hazaña. Imponente, y pudimos conquistarlo. Gracias Salomón, Zenón y Marco.

Por siempre en mi vida, que sin experiencias de este tipo, de nada sirve. Lo hicimos.




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De locura