Bering, la otra historia

Del Estrecho de Bering, sólo conocía lo que los libros de geografía e historia de la humanidad decían. Ningún pronóstico en mi odisea viajera ponía a este sitio como destino probable. Y que bueno. Así el descubrimiento fue total. Y las sensaciones fueron increíbles: primero, al momento de ver sólo hielo desde la ventana del avión, luego al pisar cada uno de los pueblos que fueron escala rumbo al trayecto final, también al hecho de retar a la naturaleza en medios tan modernos como un helicóptero o tan básicos como una balsa confeccionada con cuero de león marino, o de vivir días con sólo 3 horas de oscuridad, también de sentir la adrenalina que implica cruzar de ilegal a un país distinto con soldados velándolo desde tierra pero sin poder verlos.
El viaje al Estrecho de Bering comenzó en México, con escala en Seattle, Anchorage, Nome, Gales y Little Diomede. Del punto de partida al destino final, Little Diomede, casi dos semanas de trayecto, no siempre viajando, claro. Para volar de Walles a LD fue necesario esperar buenas condiciones de tiempo, y en esa época, verano, y en esa zona del planeta, éste es muy caprichoso: las rachas de vientos son intensas, y para volar, las condiciones deben ser idóneas tanto en el punto de partida como de llegada. Además, el servicio sólo lo da un aparato, y cada retraso implica que se vayan acumulando víveres y personas que quieren ir a la isla. Por eso la demora. 
Hasta ahí, todo había sido conforme a lo planeado. En Anchorage, pasamos una noche. Ahí fuimos por víveres, luego en un avión más pequeño volamos a Nome, una ciudad que en siglos pasados fue el refugio de los buscadores de oro, quienes la formaron. De interesante, casi nada: una iglesia, algunos bares y restaurantes, y los interiores de las casas: las dos que conocí, adornadas con pieles de animales salvajes, y una de ellas, con un enorme oso disecado en la entrada. 
De ahí, volamos a Gales en una pequeña avioneta azul de 6 plazas. 3 horas sobre las cumbres aún con su hermosa cara blanca, desafiando vientos que maniataban el aparato, con las risas nerviosas del equipo, contrastadas por la seriedad del piloto experto en lidiar con esto.
En Walles fue la espera interminable. De ahí a LD solo había 6 km de distancia, incluso en dias claros, la isla se podia ver, pero aparecía como un espejismo: a veces, el reporte del clima era bueno en Walles, pero no en LD, o viceversa, y para cruzar, era necesario buen tiempo en ambos lados. Una semana tardó la coincidencia. 
Y al helicóptero. Cupimos los cinco y nuestro equipaje entre latas de frijol, sopas, leche, agua y demás víveres para los residentes de la isla. El vuelo fue casi a ras de mar, para evitar los vientos, que levantaban olas amenazantes. 20, 25 o 30 minutos intensos. Con la sensación de estar casi esquiando, con la hélice marcada en las aguas del mar de Bering, con el miedo oculto tras las sonrisas del grupo y sí, la preocupación del piloto.
Little Diomede nos recibió con fuertes vientos. Con algunos pobladores extrañados por lo que venía acompañando a su despensa. Cinco mexicanos extraños. Entre ellos, uno loco que quería cruzar nadando por donde la historia dice que atravesaron los primeros pobladores de América desde Europa.
Estar en tierra era ya un alivio. Nuestro hotel sería la cancha de basquetbol de la escuela del lugar. Y ahí, los niños esquimales nos recibieron. Preciosos, felices por la visita, curiosos por saber el origen y por la lengua que hablábamos. 
Ocho días esperamos de nuevo para que el clima permitiera a Salomón, el loco nadador, hacer su hazaña. Subir y bajar a lo más alto de la isla, ver pájaros, platicar con los pocos que hablaban inglés, visitar familiar y comprar algo de artesanía de marfil de diente de morsa... Mucho tiempo de espera, hasta que por fin, el cielo se abrió, el mar de Bering se calmó, y permitió el cruce.
La misión estaba cumplida. 
La otra en la lista era regresar. Sin dinero ni tiempo para esperar al helicóptero, decidimos volver a Walles usando el medio tradicional: la lancha de cuero de morsa. El riesgo: una volcadura. La consecuencia: morir de hipotermia en aguas de 3 grados centígrados. La motivación: la experiencia del piloto y las familias nuestras a la espera en México. El resultado: lo estoy contando ahora, y aquí las fotos más destacadas de esta otra parte de la historia en Bering.


La iglesia de Nome, el único edificio destacado del pequeño pueblo de Alaska


La entrada de la casa de Patrick, el señor que nos hospedó en Nome


Nuestra avioneta que nos llevó a Walles.




Desde la avioneta.

El helipuerto de Little Diomede. En la foto un helicóptero de la fuerza aérea de Estados Unidos, que tiene una base militar en la parte trasera de la isla.




Pobladores de Walles en camino a LT.



Mi mejor foto de Walles.


El helicóptero que nos llevó a LD



En la ladera de LD con un niño esquimal.


Sí, con esto fabrican los botes que utilizan los pescadores esquimales en verano, cuando los hielos les permiten navegar en busca del sustento.


Una de las calles de Little Diomede


En verano, los perros descansan, porque en el invierno salen a arrastrar trineos.


Los alumnos de la escuela de LD, ven, en los ojos nos parecemos.


Big Diomede, el lado ruso del Estrecho de Bering, con huellas del invierno

El comité de despedida de LD: Era un adiós duro, por las condiciones que enfrentaríamos en el trayecto de regreso a Walles.


La bravura del mar. Al fondo, un barco carguero


Desde Walles, sanos y salvos.
 

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De locura