Domingo de fuga (Marruecos)

Quienes amamos viajar, pasamos del buscar tener la manera de estar conectados con el mundo a desear ir cada vez más lejos o a un sitios que nos permitan desconectarnos por completo. Así de irónico es el asunto. La tecnología transformó ciertos hábito de viaje, y hoy día es común no sólo encontrar un teléfono o un cibercafé, sino un hot spot con wi fi gratuito, y a veces no importa qué tan lejos se esté, siempre estarás conectado, aunque suene a spot de alguna telefónica. Pero sin duda, uno de los objetivos de un buen viaje, es, siempre, desconectarse. Y sólo se cumple cuando eso se logra: que la gente que suele extrañarte, te extrañe; que se acumulen los mensajes en la contestadora o los emails en el inbox, las invitaciones en el facebook, o los recibos y estados de cuenta en el buzón.
En el mundo hay muchos sitios que aún nos permiten lograrlo. Marruecos resultó fascinante por ese motivo. No es que sea un país atrasado, pero sí puede ser un oasis si uno se lo propone.
No estaba pensado así, pero llegamos al país justo al inicio del Ramadán. Marrakech fue la puerta de entrada, ahí en un Fiat Palio rentado, iniciamos el viaje al Sahara, objetivo máximo del viaje repleto de aromas extraños, paisajes en color ocre la mayoría; palabras inentendibles en árabe y en inglés; noches en hoteles de pasada, con camas duras pero con ventanas abiertas a amaneceres esplendorosos; comidas sin cubiertos y sin antecedentes en nuestro palada; pueblos semivacíos por la celebración religiosa y gente hambrienta esperando las 6 de la tarde en el reloj para irse al mercado a comprar comida; tacitas de té verde delicioso y vendedores de cuanta baratija pueda imaginarse uno o de tapetes de no sé qué dinastía con su discurso ensayado en casi cualquier idioma, y así, hasta llegar al mítico y legendario Desierto del Sahara.
Dos, tres días, viajando para poder sentirse perdido entre las inmensas dunas de arena, para desafiar el sol y la condición física propia, para abrir los cansados ojos a las 4 am para subir corriendo a una duna y sentarse a recibir el día en un sitio que permite sentirse perdido, lejos, solo, sin ruido, sin nada que distraiga, sin nada que perturbe. Ahí quisiera estar ahora, sentado como esta chica que adornó este momento con su silueta.



Ocho horas en camello para llegar a un campamento Berever en medio del Sahara marroquí. Luego, una noche genial con música y comida tradicional, y la mañana, mejor aún. Nada más que decir ante esta foto.



Iniciando el viaje en carretera rumbo al Sahara, mi compañera Sandrita tomando fotos y y yo a ella tomándolas.


Después de la aventura sahariana, fuimos invitados a Merzouga, una población pequeña donde atraen turistas con música y comida. Aquí, los ejecutantes.


Ya en Fes, dentro de a Medina principal, en el mercado.

Entrando a casa



En el mercado, esta imagen un poco sádica (y pensar que uno de estos me transportó a uno de los sitios que ya está entre mi top 100 de destinos del mundo).


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De locura