Bolivia, para brincar de la alegría

Cumplir viajes y no años.

Bolivia comenzó como plan cuando vimos un par de fotografías de unas amigas japonesas cuyo escenario era el Salar de Uyuni, el mayor desierto de este tipo en el mundo. A la sorpresa, alimentada por la ignorancia de lo que Bolivia tenía como atractivos, siguió la investigación y luego la reservación.
Cualquier expectativa fue superada. De eso escribiré después. Ahora, reproduzco una serie de pensamientos que sobre viajar se me ocurrieron durante este viaje que alcanzó a rozar un cachito de Chile, cuarenta y ocho horas peruanas y una tarde bogotana.

Viajé cuando probé nuevos sabores, cuando me salí de las rutas turísticas y utilicé una nueva para llegar a un destino por un camino distinto; cuando me sorprendí en cada pueblo o ciudad visitada, cuando tuve la oportunidad de conocer a una familia nueva y comer o brindar con ellos; cuando hubo mañanas que esperé que llegaran con ansiedad por lo que estaba a punto de descubrir en el nuevo día o cuando llegué a desear que no oscureciera para seguir descubriendo cosas;  cuando probé qué tan resistente pude ser a ciertos climas y esa resistencia me permitió descubrir algo nuevo también; cuando terminé agradeciendo lo que ese cansacio me permitió conocer; cuando pasé hambre y la sacié con el pan de una vendedora callejera; cuando traje en mi libreta una dirección o una foto con gente que quizá no volvé a ver pero que en la despedida ha dicho: "espero verte en alguna otra parte del mundo"; cuando terminé contando las monedas para exprimirles lo más posible su valor; cuando no me bañé un par de días, quizá, y eso es motivo de orgullo y no de pena; cuando logré subirme al risco, piedra, árbol, edificio, pirámide, más alto y me sentí dueño del mundo aunque trajera solamente un dólar en la bolsa; cuando lo viejo fue nuevo para mi y lo nuevo ha justificado lo que pagué por él porque ayudó a hacer la jornada más cómoda o práctica; cuando agradecí haberme perdido porque sólo así llegué a donde las guías de viaje o google maps no lo han hecho; cuando descubrí que el mejor traductor es un poco de alcohol en la sangre.
Viajé cuando en el camino encontré a otros viajeros como con ideas similares, que van a descubrir y no esperan a que los lleven —esos son solo turistas—; cuando regresé el 4x4 rentado todo lleno de lodo y con el tanque vacio; cuando en las fotos las sonrisas ocultan las ojeras; cuando sin haber regresado a casa, comencé a pensar en el siguiente destino; cuando puedo afirmar que no hay un viaje malo o mejor que el otro, sino diferente.  
Viajé cuando reposé el cansancio en el hombro de mi compañera de vida, y en silencio le agradecí haber decidido ser parte de esta travesía, pese a las desveladas, a las largas horas en salas de espera, a la alteración de las horas de comida y a todo eso que, sin decirlo, son verdaderas e irrefutables pruebas de amor.
Aquí, una selección de algunos de los mejores momentos del viaje. No hay orden cronológico, todos han sido igual de intensos.

 
En el tour por el Salar de Uyuni, con nuestros compañeros de viaje. Estuvimos juntos 3 días y disfrutamos cada momento, pese a los vientos e intensos fríos. De derecha a izquierda: Tita, Elías, el guía; Yo; Duy, inglés de origen vietnamita; Raheel, inglés de origen pakistaní, Marten, alemán y James, australiano.

El día de mi cumpleaños en el Salar de Uyuni

El aire a esta altura, unos 5,000 sobre el nivel del mar, era pesado, pero cada paisaje valía la pena. Para quedarse callado y admirar. Como éste, decenas en toda la travesía.

Al final del tour por el Salar, los geisers y las lagunas, llegamos hasta la frontera con Chile, donde tres de los compañeros se quedaron. Ellos siguieron hacía el país vecino, nosotros nos tuvimos que conformar con pisar un cachito de su territorio.

 Este es el cruce de la frontera entre Bolivia y Perú. Se hace caminando y si no hay demasiados turistas, es realmente rápido. Entre cada oficina de migración de cada país, hay no más de 500 metros. Del lado boliviano, el poblado se llama Kazani; del peruano, Yunguyo.

Quienes continuamos nos reunimos con una pareja de ingleses y una señora suiza —que se unió a nosotros en la frontera— en Uyuni antes de regresar a La Paz. Las Pizzas Isabela fue el lugar de reunión. Devoramos 5 familiares, de sabores diversos. Ah, y 800 ml de cerveza cada uno.

Cruzamos a Puno, la llamada capital del folclor peruano, donde estuvimos 24 horas. Y la mejor experiencia fue la visita a las Islas Flotantes de los Uros. Aquí una de las residentes en el puesto de control de acceso.
El Lago Titicaca sorprende día a día. Desde sus orillas, desde las laderas que lo rodean, de cualquier de los dos países que lo comparten, Bolivia y Perú. Un día decidí correr y tuve que pararme cuando ví las nubes tan cerca de mi. Parecía que de un brinco podría treparme a una de ellas y largarme. Lloré.

En Puno pudimos ver el encuentro de distintos grupos de trabajadoras de la educación especializadas en niños. Esta mujer y su bebé venían de Capachica, Perú, y me llamó la atención por su sombrero, muy distinto al bombín que la mayoría de las mujeres indígenas utilizan de ambos lados de la frontera.

Fascinante. Llegamos en coche hasta Yampupata y decidimos cruzar en lancha de remos a la Isla del Sol. Tita moría del miedo, y lo admito, fue una irresponsabilidad, pues ni chalecos salvavidas nos pusieron. No era la primera vez que yo hacía algo así, pero ella moría de miedo. Lo estamos contando. Esta foto la tomé cuando regresábamos. Al fondo, la isla de la Luna, y detrás, la cordillera andina. Y muy a la izquierda se alcanzan a ver algunos árboles de una pequeña isla circular que aparece como un oasis en la inmensidad del Titicaca.

Regresábamos a La Paz y decidí sacarle jugo al 4x4... Subimos una pequeña montaña y desde la cima descubrimos esto. Alcanzamos a ver algunas personas que, caminando, van de pueblo en pueblo. Ahí la temperatura era como de menos cinco grados centígrados; las emociones, como de cincuenta.

En el Salar de Uyuni, dos camionetas 4x 4 se encuentran en algún punto. Qué tal el experimento fotográfico.

En las guías leímos sobre un pueblo construido en piedra, siguiendo los parámetros de las ciudades prehispánicas. Lo encontramos, se llama Sampaya, pero en el camino me encontré esta espléndida imagen.

Regresamos de Puno y nos desviamos en un pequeño poblado llamado Apthapi, donde nos detuvimos a apreciar el atardecer, ya del lado boliviano del Titicaca. No digo más.


Nuestro primer atardecer a la orilla del Titicaca.

Camino a La Paz, desde Copacabana, y antes de subir a la montaña que nos permitió observar de más cerca la cordillera andina, cruzamos por un pueblo que estaba de fiesta. Se trataba de los honores a la Virgen del Rosario, en Huarina. Ahí, diversos grupos musicales y de cholitas y cholitos, danzaban, ya en punto borrachos, alrededor de la plaza central. La primera imagen que capté fue la de esta enjundiosa niña que lideraba uno de los contingentes, el más sobrio hasta el momento en que los encontramos.


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