Mi paseo del segundo sábado de influenza
Sábado. ya extrañaba a mi ciudad y me salí a tratar de descubrir a dónde se había ido. No podía ser que todos sus millones de habitantes la hubieran abandonado a su suerte ahora que tanto está sufriendo por la influenza humana. Recorrí Insurgentes y descubrí sus restaurantes vacíos; en algunos, sólo un par de meseros a la espera de alguien que fuera por comida para llevar; en otros, nadie. Las paradas del metrobús semi vacías, muy poca gente esperaba transportarse a algún lugar, quizá por temor a encontrarse al virus en el asiento de al lado. Llegué hasta el estadio azul, que sí tenía futbol pero no aficionados. La gripe los dejó fuera. En algunos de los accesos había aficionados que decidieron ir a gritarles desde afuera. Nunca fueron escuchados: su equipo, el Cruz Azul, perdió. Lo mejor fue que la derrota sólo caló en lo anímico, no en los bolsillos. Seguí hasta la Condesa. El parque México era como un oasis. Niños en bicicletas, parejas en el apapacho y beso, chavos jugando futbol sin mayor protección. Ahí las bocas liberadas de las telas eran la constante. Ahí volví a ver caras completas y sonrisas plenas. Regresé al sur por Medellín y volví a entrar a esa ciudad desolada. Cero tráfico. Centros comerciales cerrados, taquerías desafiantes a la restricción oficial pero sin clientes, micros y autobuses semi vacíos. Sólo fueron 3 hrs de un recorrido que terminó con un capuchino del Jarocho en Coyoacán, uno de los pocos lugares con vida en esta parte de la ciudad. Hoy domingo no salí. Decidí ponerme triste en casa.
Leyendo para no infectarse
Apoyo desde la calle
Esperando el metrobus
Esperando otro metrobus.
Trabajando, no hay de otra.
Leyendo para no infectarse
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