¡Boicotemos a los que nos hacen fuchi!

Lunes. Despierto después de una noche terrible. Me metí a la cama con la intención de por fin, en más de una semana, completar ocho horas de sueño para iniciar una nueva jornada y enfrentar a la influenza con la mejor cara posible. No había nada que pudiera impedírmelo: el domingo había sido un día tranquilo, paseo en bici (sí, ya hice debutar a mi ligamento nuevo sobre dos ruedas, aunque despacitito), desayuno maomenos nutritivo, comida en casa de mi madre con algunos brochazos de las comidas familiares de hace algunos años, con el quesito de hebra tan fresco y elástico y los frijoles refritos como guarnición al filete de pescado empanizado. Todo bien. De regreso a casa, la lectura de Gomorra, de la revista SOHO, el resumen de la jornada dominical del futbol, lavar trastes, un poco de música y meter mis fotos del paseo sabátino al blog. Lo suficientemente cansado para caer rendido y despertar girito. Pero no, la noche fue terrible. Y no fue por la angustia provocada por la influenza, tampoco por el fuchi que nos están haciendo a los mexicanos en otras partes del mundo ni por la posible cancelación de un viaje a Buenos Aires o La Habana; tampoco por miedo a algún temblor y sus réplicas o a seguir perdiendo por la debacle bursátil. Nada de eso. Resulta que ya estaba listo, tapadito, con el rostro fresco luego el exfoliante olor naranja, cuando de repente, apareció un pinche zancudo que, apenas apagaba la luz, comenzaba a volar y a amenazar con picarme. Así me tuvo hasta las dos y media de este lunes. Dos veces intenté matarlo, y escapó y al final ya no supe si murió de un trapazo o simplemente me dio tregua hasta esta noche. Total, me levanté con problemas, me rasuré, comí cereal, me bañé, planché y salí al trabajo. La buena nueva: que el noticiero que acostumbro ya redujo su cobertura sobre el tema de la infuenza y dio paso, por fin, a otros tópicos: senadores y diputados que aprueban leyes vía fast track, el aniversario de los disturbios de Atenco y las recomendaciones de Human Rights Watch; los narcos y su irrenunciable guerra por el territorio… Por todos lados se dice que, al haberse reducido el número de contagios y muertos confirmados por el H1N1, podría pensarse que la epidemia va cediendo. Los que no ceden son sus efectos colaterales. Ahora el tema del día es lo mal que nos están tratando. La primera charla en la oficina fue con mi jefe. Nuestra conclusión matutina es la siguiente: boicotear a los productos cubanos, a las modelos argentinas, los vinos chilenos y el café colombiano, ah¡, y la piratería china. De alguna manera hay que hacer sentir nuestro enojo por como ellos nos han hecho sentir. Con esa idea en la cabeza se fue el día, y ya muy tarde leí un artículo de Raymundo Rivapalacio en el País en el cual se cuestiona cosas similares y concluye: ¿acaso no habríamos hecho lo mismo en México (prohibir, confinar, vigilar, maltratar, etc, etc) si el contagio viniera de fuera?: Sí, seguramente, pero como ahora nos lo hacen, da coraje. Así que adiós asados, puros (ni fumo), café (tomo Nescafé), y piratería china (¡compremos la mexicana!). Se fue el lunes. En la oficina sólo estuvimos los de redacción e intendencia. No pierde su aspecto lúgubre. Similar al de Perisur, donde lo único abierto eran los restaurantes de fast food, las heladerías y una tienda Sanborns, que no cierran ni siquiera en caso de bombardeo (es de Slim, eso dice todo). Me voy a ver el mensaje de mi presidente a casa. Una frase final. Una amiga paseó por la Condesa el domingo, fue a comprar un café y se sentó en el parque México. “Sí, esto es el reencuentro con los parques”, dijo. Ahí, en las banquetas, en las bancas de los centros comerciales, en los asientos de los autos, la gente lleva su comida y a comer. Sí, a veces entre tanta cosa mala, caen buenas nuevas como eso de redescubrir la comodidad de una banca en el parque o la exquisitez de una hebra de queso oaxaca. ¡Tenemos parques! ¡Y aún vida! Así que me voy a cenar.

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De locura