Estrasburgo, cinco años atrás

Ya pasaron cinco años. Fue quizá el viaje menos planeado, pero más deseado. Tan repentino el sí quiero como sí, vámonos juntos. Mi compadre francés, Jerome, marido de mi comadre mexicana, Brenda, serían los cómplices. Su depa en París fue el refugio en el invernal París. Fue por pocas horas. Las prisas por conocer lo más que se pudiera de una ciudad para la que se necesitan años, nos expulsaba de ahí apenas el reloj marcaba el inicio del día. No hubo desperdicio. Pero París es para otro post. Ahora quiero celebrar el quinto aniversario del inicio de esta aventura de vida que tuvo como primera escala París, y como parada intermedia Estrasburgo. Llegamos hasta allá gracias a los compadres. Ellos tienen una casa en Raon L'Etape, a unas tres horas de la capital francesa. Nos recibió nevada. Hermosa. Pero el verdadero show estaba a una hora de ahí. Llegamos a Estrasburgo, una ciudad que vestida de Navidad sublima su belleza. Fueron pocas horas ahí, pero a veces tener poco tiempo para estar en lugares que encantan, es lo mejor para dejar pendientes que te hagan regresar. De día es increíble, de noche es un sueño. Pero en la transición de uno a otro, ver reflejados los últimos rayos del sol en la torre principal de Notre Dame, es alucinante. Después caminarla, olerla, beber un vino caliente en alguna de las tradicionales carretas, caminar a lo largo del río, pasmarse ante la arquitectura del reflejo. Pero Estrasburgo vive no por las fotos, sino por los recuerdos. Por el motivo que nos hizo llegar ahí. Por el vino caliente en el gusto. Por marcar el inicio de esto que ha cumplido cinco años en este 2014 que se va. Ha sido rápido, pero medirlo en países, ciudades, pueblos, recorridos y no en calendario o en horas, hace que valga cada día vivido, porque un viaje comienza en el deseo y termina cuando se comienza a desear el siguiente, que suele ser en el camino de regreso. De Estrasburgo, de París, para acá, ha pasado ya mucha geografía. Juntos.












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De locura