De Tokio



Fue mi tercera vez en Tokio, pero la primera en la que pude adentrarme un poco más en lo que esta ciudad es. Pocos días, demasiado pocos diría yo, pero aprovechados al máximo y suficientes para darme cuenta por qué Japón y sus habitantes son de primer mundo. Aunque todas estas observaciones son a simple vista, reflejan el tipo de sociedad la que uno se enfrenta y explican por qué puede ser un shock poder adaptarse a ella si se viene de países como el nuestro. Todo se basa, percibí, en el respeto:

Al que lleva prisa. Por eso la gente se alinea de un solo lado de las escaleras para dejar pasar a los demás que quieren ir más rápido. 

Al que quiera entrar o salir: en el metro nadie se amontona pese a que el andén esté repleto. Los que salen lo hacen por en medio, los que quieren entrar. Se forman a los costados. 

Al que fuma y al que no. Hay zonas especiales para fumadores en la calle y en sitios públicos. Ahí los fumadores coinciden, y ahí mismo se deshacen de sus colillas, no tiran nada al piso, en macetas o coladeras, sino en los contenedores especiales. 

Al que va en bici o camina. De hecho, las banquetas las respetan ambos, así como los cruces semáforos así no se observe a lo lejos a ningún auto acercarse. Un detalle muy especial: las madres con hasta tres hijos transportándose en la misma bici con toda seguridad, o un detalle más: la que dejó al niño dormido sobre la canastilla de la bici mientras entró a comprar a una tienda. 

Al que cuida el orden.  Así sea el guardia más modesto, siempre se respetan sus indicaciones. Y éste se respeta así mismo y a los demás portando el uniforme implacable y dirigiéndose con respeto a los civiles. Ah, y siempre ayuda a quien se lo solicita. 

Al que se pierde en este mundo tan diferente. Varias veces fuimos ayudados por gente que no nos conocía. Bastó  que nos vieran con el mapa abierto para que nos preguntaran si necesitábamos ayuda. Lo mismo lo hizo algún estudiante que una señora o una anciana. 

Al que usa el transporte público. Los horarios están predeterminados y se cumplen a cabalidad. 

A sus jardines. De repente, en varias zonas de la ciudad, emergen verdaderos oasis verdes -o multicolores- donde es posible relajarse sin riesgo de nada, ver algo de fauna, pasear, comer incluso, y sentirse en paz. Nada de basura y con baños públicos gratuitos y muy limpios. 

Son muchísimas cosas más las que se podrían decir de una ciudad como Tokio y de sus habitantes -y sin duda habrá algunas negativas o fuera de lo normal para quienes venimos de otros contextos- pero falta tiempo. Por ahora, las descritas ayudaron a vivir una experiencia única y, algo muy importante, a sentirse contento y seguro en una de las mayores urbes del mundo de la cual tendríamos mucho que aprender sin importar cuál sea nuestro rol en nuestra sociedad. 

"La fotografía es mi mejor forma de agradecerle al mundo lo que me regala en cada viaje, es mi forma de interactuar con mi entorno".







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