Ver nadar y no mojarse (I)

Lo mío no es la fotografía deportiva como tal. Mi tino para eso es bastante errático. Me encanta la acción, por eso la respeto. Sin embargo, el fin de semana pasado fui invitado a una competencia de natación en Acapulco, algo sui géneris pues se trataba de un recorrido de 5 kilómetros, en el cual los nadadores prácticamente cruzaban la bahía. Debo decir que no soy un devoto de Acapulco, pero sí de la aventura. En fin, entre trabajo y placer, pues me fui al puerto, como siempre con mis dos camaritas en mano. Al principio, el plan era que yo me fuera junto con otros colegas en una lancha, viendo a los nadadores a la distancia. Pero uno de los organizadores me dijo que si prefería ir en un jet sky porque había uno libre. Lo tomé. Debo decir que no sé nadar, bueno, si acaso en caso de alguna emergencia podría sobrevivir flotando cinco minutos, quizá más, nunca me he atrevido a comprobarlo, pese a lo cual siempre disfruto mucho meterme al mar o navegar en cualquier tipo de embarcación marítima. Hago snorkelin también, siempre con chaleco o algún otro dispositivo salvavidas. En fin, la oportunidad era única, porque más allá de la experiencia en ese vehículo aquamotor, era ser testigo de una prueba extrema con hombres, mujeres, niños, niñas y nadadores de la tercera edad que desafiaron ese reto (los más pequeños recorrieron solo 1.5 kilómetros). 
La aventura comenzó en punto de las ocho de la mañana. El primer escollo a librar era treparse al aparato sin poner en riesgo las cámaras. Sin problema. El segundo fue darme la vuelta, ya sobre el agua y en movimiento, para poder estar espalda con espalda del chofer y de frente a los nadadores. Sin problema tampoco. Luego, el recorrido. La ventaja de no ser un fotógrafo deportivo o profesional es que cualquier error se justifica y cualquier acierto se magnifica. Tiré tantas fotos como me fue posible, y aquí la primera parte del resultado.













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De locura