Desayunando con Don Goyo y señora

Durante la semana todo mundo habló de lo inquieto que estaba el señor volcán. Todavía el sábado tosió demasiado. Decidimos hacerle una visita para comprobar su estado de salud. Tita, sobrinos y yo, salimos de casa pasadas las cinco de la mañana. El último reporte del doctor meteorológico estableció un poco de agruras, algo de ruidos estomacales y un humor del diablo, por lo que recomendó verlo solo de lejitos... no fuera a ser. Así que tomamos carretera y nos fuimos. El camino elegido es, quizá, uno de los más bellos que conozco de México. Se sale por Xochimilco, se cruza entre nopaleras, un par de miradores y algunas pendientes. A unos 45 minutos de la masa citadina encontramos el mejor sitio para la visita. El nombre no pudo ser mejor elegido: El Jardín de la Quietud, un cementerio cuya ubicación lo convierte en el sitio donde muchos quisieran dejar su cuerpo para su último descanso. Eso les aseguraría que en cualquier momento, cansados del aburrimiento boca arriba-tierra abajo, poder salir al pastito de por ahí para sentarse y disfrutar imágenes como las que ahora comparto. Para ser sur de la ciudad, casi frontera con Morelos, el frío que nos recibió era sui géneris. Lo atribuyo a la cercanía de Don Goyo y de su señora Iztaccíhuatl, aún con vestigios de hielo invernal en sus cuerpos. Más raro aún, los vientos huracanados que atentaron contra la estabilidad de mi brazo y mi tripié. Contra todo, salimos del auto, colocamos el equipo y aquí el resultado. Don Goyo se portó bien, y aunque a decir verdad íbamos con la esperanza de uno de sus exabruptos, encontramos a cambio un espectáculo sin igual. Al final del día, nos enteramos que el domingo había sido el día más tranquilo del volcán en la última semana, pero no por eso el menos atractivo. No sé qué pasará con él, pero como sea es un gran regalo de la naturaleza. Aquí puse hace unos meses fotos suyas vestido de blanco, ahora le he descubierto una nueva cara. Se me hace de esos señores en cuyo poder de seducción está el mayor de sus peligros. Pero ahí está, y mal haríamos en no admirarlo. 
"Todo mundo habla de Don Goyo, que si hace calor, que si tiembla, que si lanza cenizas... pobre Don Goyo, él no tiene la culpa".
Dicho de una vendedora de pan en el poblado de Juchitepec.











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De locura