Homenaje al mejor juguete de mi vida
Hace unos días mi sobrino Erik posteó en su facebook: "qué chido andar en bici cuando llueve, aunque termine uno todo mojado". Tiene 12 años y una de esas bicis que usan algunos chavos ahora: sin frenos, con el manubrio que puede girar 360 grados para hacer malabares, sin velocidades y con el asiento hasta abajo. Su comentario me remitió de inmediato a cuando tenía esa edad. Mi padre recién nos había comprado a mi hermano mayor y a mi nuestras bicis cross, con las cuales saltábamos con los amigos las rampas de madera que poníamos en los parques, también las usábamos para ir al súper y para trabajar repartiendo periódico en las casas muy temprano por las mañana. La bici siempre estuvo presente en mi vida. Los primeros grandes retos fueron arriba de una de ellas: bajar por lo que fue el cauce de un río (el Churubusco) y pedalear tan fuerte como para lograr subir hasta la otra orilla; hacer el salto más alto y espectacular de la banda de amigos; ir más lejos. Trabajar de 5 a 10 am. En la bici hice mis primeros viajes. En una de ellas transporté a mi hermano menor por primera vez (en los diablitos traseros). Ahí también hice lo que Erik hace ahora: pedalear bajo los aguaceros, gozando los golpes de agua en el rostro, pasar los charcos, salpicar, derrapar, brincar. Jugar. Vivir. Amé mi bici. La vida pasó y la máquina de dos ruedas perdió protagonismo. Hubo algunos affaires con un par de esas de montaña, pero nada trascendental. Me enamoré de una hace ya casi 4 años. La vi en una tienda en Beijing a un precio que no creía. Y antes de que alguien se arrepintiera, la compré. Es una Dahon plegable, preciosa. Doble suspensión. Llantas de montaña. Me la traje y sin pagar ningún cargo extra por eso, pues están exentas por ser lo que son. Desde entonces ahí la llevamos. Para fortuna de ambos, en la ciudad de México los espacios para las dos ruedas se están ganando cada vez más. Hordas de ciclistas inundad la ciudad para los paseos de cada mes, o de cada domingo. Andar en bici está de moda, más por necesidad que por gusto, o quizá por las dos. Nos habíamos tardado. En muchas ciudades del mundo nos llevan mucha ventaja. Amsterdam fue la primera ciudad donde descubrí lo vital de este medio de transporte. La Guerra, la crisis económica, la escasez de espacios, motivó que se adoptara este medio de transporte. Y así muchas ciudades europeas más. Beijing me sorprendió demasiado: nunca había visto tantas bicicletas juntas. Tantos ciclistas al grado de provocar tráfico ciclístico, pues las vías ya son insuficientes. En ciudades como Viena, pude ver bicicletas integradas a las últimas tendencias de la moda. No se pierde el glamour por ir en una de ellas. Son un accesorio más. Cohabitan y son una parte vital del paisaje urbano. He podido descubrir varias ciudades sobre dos ruedas: Beijing, Budapest, Cracovia, Varsovia, la de México, por supuesto, aunque eso apenas unas semanas. No hay mejor manera de hacerlo: se respira cada sitio, es posible pararse en cualquier momento para tomar fotografias de rincones únicos; se siente su aire, se vive su vida. Escribo esto para celebrar no sólo el Día de la Bicicleta en el mundo, sino el hecho de que el festejo ya se pueda realizar aquí, de donde soy. Ahora espero las lluvias para irme con Erik o con quien se deje para revivir esa parte de la niñez que añoro.
Bratislava
Distrito del Arte, China
Obidos, Portugal
En un Hutong, en Beijing
Postdam, Alemania
En el Bar propaganda, Cracovia, Polonia
Bejing, China
Trabajadores en un Hutong de Beijing
La chica y su bici, Viena
Sobre las vías del tranvía, Viena
Elegancia sobre dos ruedas, Viena
Belleza húngara, Budapest
Budapest
México DF
Trabajador en Beijing
Beijing
Barcelona
Barcelona
Beijing
Bici con guantes incluídos, Beijing
Parking
El cuidador dormido, Beijing
En la playa de Tamiahua, Veracruz
En el cuartel de los museos, Viena
Yo, recorriendo el barrio judío, en Cracovia.
Mi Dahon
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