De cosas que uno se encuentra



Esto fue lo primero que vi al bajarme del tren que me llevó de Bratislava a Budapest. Pasaban las 7 de la noche. Habían sido casi cinco horas de viaje. Llegaba a una ciudad de la que sabía poco y donde tendría mi primera escala larga del viaje. Cuatro dias creía suficientes para conocerla lo suficiente. Al final, ya en el tren a Praga, me daba cuenta que no, que faltaban muchos días más para adentrarse un poco más en ella. Creo que fui injusto, pues tras este recibimiento, creo que debí cambiar los planes. Tras el impacto de mi primer contacto con la capital húngara, salí de la terminal de trenes a perderme. Caminé siguiendo a un grupo de gente, pero no me llevaron a ningún lugar. Y al cabo de unos pasos, estaba lejos del metro, lejos de la gente y de las calles iluminadas. Entonces, cuando trataba de descifrar mi ubicación en el mapa, un trio de jovencitos, dos chicas y un varón, se acercaron a mi. Ya pasaban las 9 de la noche. Notaron mi desconcierto, y a señas, porque no hablaban inglés, me pidieron que los siguiera: fui detrás de ellos, me llevaron al metro, luego, a la estación donde debía bajarme para llegar a mi hostal. Cuando me vieron más tranquilo, se despidieron. Mejor bienvenida no pudo haberme dado esta ciudad, llamada por muchos la París del Este.
Las fotos que preceden a ésta, forman parte de la serie de aquellas que me arrancaron una sonrisa en las ciudades visitadas. La técnica sé que debo mejorarla, pero aquí están

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De locura