Recuerdos del ramadán II

Regresamos de la maravillosa noche entre las dunas de Erg Chebbi, extasiados. Regresemos sin querer hacerlo, pero el itinerario nos impedía estar más tiempo ahí. Bajamos del dromedario y subimos al fiat blanco. Nos encaminamos rumbo a Fez, pero no quisimos dejar de conocer el pueblo de Merzouga, famoso por estar habitado por gente de raza negra, de la poca que existe de este lado de África (los bereveres predominan en esta zona de Marruecos, son morenos, muy como los mexicanos). Dejamos el auto en una de las calles cubiertas de arena y caminamos. Pronto encontramos una casa a la cual fuimos invitados a pasar. La idea de los huéspedes era que conocieramos parte de lo que ha hecho famoso a este poblado: su música. Nos pidieron sentarnos en el suelo, sobre unos magníficos tapetes, nos ofrecieron el tradicional té y entonces apareció un grupo de músicos y bailarines que montaron un número para nosotros, en exclusiva. Cinco caballeros vestidos de blanco bailaron con mucho ritmo al son de los instrumentos: un especie de maracas, tambores y un instrumento de cuerdas. Fue un cerrojazo de oro para la experiencia en el desierto. Con los oídos, ojos y corazón embelesado, tomamos carretera al siguiente lugar en el camino a la penúltima parte de la aventura marroquí.
El retrato pertenece a uno de los músicos que nos atendieron y fue retocado en photoshop, abajo, dos de ellos con sus respectivos instrumentos


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De locura