El planchador de Bundi

Llegamos a Bundi sin pensarlo. Supimos de este pueblito cuando decidimos rentar un auto con chofer para conocer la parte más cercana a Jaipur y aprovechar el camino a Agra. Al parecer, no suele estar en las rutas turísticas convencionales, lo cual hacía más atractiva la opción de detenernos ahí, caminarlo y amanecerlo. No llegamos temprano. Apenas y tuvimos tiempo para conocer el fuerte, ver el atardecer desde sus murallas, y bajar a buscar hotel. 
La Ciudad Azul, por el color de sus techos, resultó ser un gran descubrimiento. El ser pequeña no le quita lo caótico, como todas las concentraciones humanas en India. Pero decidir recorrerla muy temprano por la mañana fue lo mejor. Salimos a las 7 am. Las calles sólo eran transitadas por algunas vacas, perros y repartidores de leche. Algunos comercios, sobre todo de alimentos, comenzaban a abrir. Algunos fieles entraban a los templos, otros tocaban las campanas que están afuera de ellos; gente sin techo se volteaba para evitar la luz del día en los ojos, y algunos niños comenzaban a salir, bañaditos, para irse a la escuela.
El único negocio que ya estaba abierto era una especie de planchaduría atendida por un simpático anciano vestido de traje. Planchaba con una máquina antiquísima, que llamó nuestra atención. Daba la impresión de que él había iniciado el día planchando. Nos detuvimos a observarlo. No se intimidó, al contrario, sabedor de su atractivo como personaje, dejó la planchota, se giró, encendió un cigarrillo y permitió ser retratado por varios minutos. No sonrió casi nada, pero no hizo falta. 
Fue un gran regalo de Bundi, un pueblecito que no estaba en el itinerario pero que valió la pena conocer.












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De locura