Y cuando nos íbamos, apareció la alegría de Huarina
Si cuando viajas, no te sales de las rutas predeterminadas, terminas siendo solamente un turista como cualquier otro. Si cuando viajas, no vas a descubrir de dónde viene cierto ruido o música, también. Si cuando viajas, no te mezclas con la gente del lugar donde estás, no te echas un trago con ellos, no aceptas tomarte una foto con ellos, no conversas, no bailas, no disfrutas o comes como ellos, entonces no eres un viajero.
Había terminado nuestra visita a la zona del Lago Titicaca y regresábamos a La Paz, para pasar los últimos días en Bolivia. Las pupilas venían extasiadas por las últimas vistas del lago mágico, también por el escenario que teníamos enfrente, la cordillera boliviana, con sus cumbres vestidas de blanco nieve. Con el atardecer encima, decidimos desviarnos con el objetivo de subir unos montes que se veían cercanos para poder ver sin obstáculos las montañas que estaban detrás de ellos. Sin embargo, un tapón de vehículos nos impidió cruzar por el pueblo llamado Huarina. La razón: una fiesta religiosa en honor a la Virgen del Rosario. Tanto habíamos escuchado sobre las celebraciones bolivianas, que no nos resistimos a descubrir de qué se trataba. Estábamos en el cierre del viaje y hasta ese momento, no habíamos tenido la oportunidad de vivir una. La oportunidad era única. La experiencia fue igual. Caminamos y comenzamos a sorprendernos al ver a las mujeres cholas vestidas con sus mejores prendas y joyas. Llegamos a la plaza central y diversos grupos de mujeres bailaban alrededor de ésta. Había de todas las edades y con vestidos de todos los colores. Dos cámaras no eran suficientes para atrapar tanta belleza. Una bailaban, otras brindaban, otras apenas y podían sostenerse en pie debido al alcohol que ya llevaban ingerido hasta esa hora — las 4 de la tarde, aproximadamente—, otras iban del brazo de su pareja... eso sí, todas sonreían, contrario a lo que habiamos encontrado en los días previos en los pueblos y ciudades que habíamos visitado. Total, que con chela y càmaras en mano, me puse a "atraparlas". Pero esta primera entrega dedicada a la fiesta de Huarina está dedicada a los varones. Su vestimenta no es tan espectacular como la de las cholitas, pero descubrirán por qué vale la pena considerarlos. En la próxima entrada, las bellas cholas.
Había terminado nuestra visita a la zona del Lago Titicaca y regresábamos a La Paz, para pasar los últimos días en Bolivia. Las pupilas venían extasiadas por las últimas vistas del lago mágico, también por el escenario que teníamos enfrente, la cordillera boliviana, con sus cumbres vestidas de blanco nieve. Con el atardecer encima, decidimos desviarnos con el objetivo de subir unos montes que se veían cercanos para poder ver sin obstáculos las montañas que estaban detrás de ellos. Sin embargo, un tapón de vehículos nos impidió cruzar por el pueblo llamado Huarina. La razón: una fiesta religiosa en honor a la Virgen del Rosario. Tanto habíamos escuchado sobre las celebraciones bolivianas, que no nos resistimos a descubrir de qué se trataba. Estábamos en el cierre del viaje y hasta ese momento, no habíamos tenido la oportunidad de vivir una. La oportunidad era única. La experiencia fue igual. Caminamos y comenzamos a sorprendernos al ver a las mujeres cholas vestidas con sus mejores prendas y joyas. Llegamos a la plaza central y diversos grupos de mujeres bailaban alrededor de ésta. Había de todas las edades y con vestidos de todos los colores. Dos cámaras no eran suficientes para atrapar tanta belleza. Una bailaban, otras brindaban, otras apenas y podían sostenerse en pie debido al alcohol que ya llevaban ingerido hasta esa hora — las 4 de la tarde, aproximadamente—, otras iban del brazo de su pareja... eso sí, todas sonreían, contrario a lo que habiamos encontrado en los días previos en los pueblos y ciudades que habíamos visitado. Total, que con chela y càmaras en mano, me puse a "atraparlas". Pero esta primera entrega dedicada a la fiesta de Huarina está dedicada a los varones. Su vestimenta no es tan espectacular como la de las cholitas, pero descubrirán por qué vale la pena considerarlos. En la próxima entrada, las bellas cholas.
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