La curiosidad por el dolor: Schindler/Auschwitz

No es mi costumbre hacerlo. En un par de viajes anteriores, había sido invitado a visitar ex campos de concentración, y me había negado porque no sabia si podría resistir estar en sitios que habían sido convertidos en templos del sufrimiento. Suelo ser muy sensible para ess asuntos. Me bastaba con los filmes, con los libros, con las fotos. Pero ahora estaba en Cracovia, Polonia, una ciudad que fue invadida por los nazis, destruida por ellos, transformada por ellos. Una ciudad con tanta historia que motivó infinidad de filmes y textos. En el hostal donde pernocté, encontré la publicidad de la exposición recién inaugurada en un sitio emblemático de Cracovia: La Fábrica de Schindler. Poco puedo aportar yo a lo que para la mayoría de nosotros significa ese nombre. No pude resistirme entonces. Agarré cámaras, renté una bici y me fui a verla. Tras cruzar el barrio judío, llegué al edificio remozado, y pude observar una de las mejores exposiciones que he visto en mi vida. Se trataba de una recreación de esos años de ocupación nazi en la ciudad, la cual fue hecha utilizando desde trapos y utensilios de cocina originales de aquella época, hasta videos, fotografías y reproducciones fieles de escenarios como viviendas, tranvías, y demás elementos que componían la atmósfera de la vida de los judíos en esos años negros. Del Museo no fue posible tomar fotos, restricción casi universal, pero lo que sí tomé de ahí fueron ganas para visitar el Campo de Concentración de Austwich, ubicado a hora y media en auto de la ciudad. Llegué muy temprano. El frío de esa mañana de octubre, con un sol que sólo adornaba, no calentaba, acompañaron e incrementaron las sensaciones que metro a metro fui experimentando en ese lugar. Desde la misma entrada, con la famosa frase grabada en el arco que marca la entrada al sitio que dice: El trabajo los hará libres, las fotos de lo que en cada uno de los bloques o edificios había, las hojas secas sobre el piso, las paredes de ladrillo rojo viejo, las rejas que en su momento fueron electrificadas, los rostros de las víctimas sobre las paredes, los anteojos apilados y todos chuecos, las historias que no se cuentan pero se imaginan, las esculturas que hacen recordar y que homenajean, pero que estremecen, etcétera, etcétera. No es nada fácil pararse en algún sitio y retratar: Retratar qué, el paredón donde murieron miles, la viga donde otros fueron ahorcados, los cuartos de tortura, los muros con fotografías de los niños asesinados, los laboratorios donde los médicos nazis experimentaron... pero sabía que debía traer un testimonio de esa visita, y esto es el resultado. No hay pies de foto, sólo imágenes que esperan el que a cualquiera se le ocurra... al fin y al cabo, ninguno alcanzará a describir lo que ellas dicen. Octubre 2010





































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De locura