Del libro de geografía al yate Amigo... Yupy...




El sueño de las Galàpagos comenzó quizá en la secundaria, en alguna clase de geografía. Viajando entre sus mares trataba de recordar cuándo había sido, por qué la obsesión convertida en sueño. Y pensaba también el por qué no lo había hecho antes. Pero para cada viaje hay un momento. Había estado en grandes ciudades, unas por convicción, otras por casualidad, otras por amor. Había estado en sitios inhóspitos como el estrecho de Bering o el Perito Moreno; en lugares de encanto como Santorini o Brujas. De cada sitio guardo aromas y colores. Pero a las Galápagos no me había decidido a ir porque no era el momento, supongo. Y que bueno, porque ahora que fui no se trataba sólo de viajar, sino de probarme. Probar mi rodilla derecha recién operada, meterla al mar a terapearse, a los caminos de roca volcánica, a la arena de todos los grosoree... bueno, a decir verdad, no sólo la rodilla necesitaba eso, lo necesitaba todo yo... perderme enmedio del mar, experimentar el miedo de una tormenta y un oleaje intenso que parecía voltear al pequeño yate amigo (lo verán en alguna foto por ahí), meterme de nuevo al agua sin saber nadar; sentir la brisa en el rostro, exfoliándolo de todo, del estrés primero que nada; comer sano, comer mucho, reir mucho, hablar mucho, vivir mucho. Cada viaje para mi es vida, sí, la manera de sentir que la vida vale la pena, que el dinero sirve para vivir realmente, y que el año que sumé de vida acumuló tantas millas como deseos de no parar buscando el paraíso de mis sueños.





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De locura