Corazones rotos por un muro
Él le dijo: "Creéme, eres importante para mi".
Ella le respondió, pero los sollozos quitaron claridad a sus palabras.
Él estaba en Estados Unidos
Ella en México, Tijuana para ser exactos, con dos niñas que jugaban a sus espaldas. Quizá eran sus hijas.
A ambos los separaba el muro metálico que metros adelante termina, ya dentro del mar.
En este tramo suelen reunirse a platicar familiares o amigos separados por la frontera. Se hablan entre los fierros que la componen. Se ven entre los mismos. No alcanzan a tocarse, porque además de los barrotes enormes, hay una malla, igual metálica, aunque quizá sí deje espacio para que entren en contacto las yemas de los dedos. Como sea, la voz y el contacto visual, parecerían ser suficientes.
Él no se alcanzaba a distinguir completamente.
Ella no se despegaba de los fierros, hasta parecía abrazarlos como si eso la acercara más a su amado.
Las niñas de repente se separaban más para jugar, como si la escena de los adultos no les importara.
Los observé por poco más de diez minutos, por respeto no me acerqué para intentar escuchar más.
Lo mismo hacían unos policías de la border patrol, dentro de sus camionetas, del lado norteamericano.
Las pintas sobre el muro completaban el cuadro. Ama. Poesía. Cultura migrante. Y sobre una mesa, un corazón de trapo con la frase: Déjalos que se abracen, y frente a éste, una biblia.
Así, quince minutos en el muro que divide Estados Unidos con México.
Ella le respondió, pero los sollozos quitaron claridad a sus palabras.
Él estaba en Estados Unidos
Ella en México, Tijuana para ser exactos, con dos niñas que jugaban a sus espaldas. Quizá eran sus hijas.
A ambos los separaba el muro metálico que metros adelante termina, ya dentro del mar.
En este tramo suelen reunirse a platicar familiares o amigos separados por la frontera. Se hablan entre los fierros que la componen. Se ven entre los mismos. No alcanzan a tocarse, porque además de los barrotes enormes, hay una malla, igual metálica, aunque quizá sí deje espacio para que entren en contacto las yemas de los dedos. Como sea, la voz y el contacto visual, parecerían ser suficientes.
Él no se alcanzaba a distinguir completamente.
Ella no se despegaba de los fierros, hasta parecía abrazarlos como si eso la acercara más a su amado.
Las niñas de repente se separaban más para jugar, como si la escena de los adultos no les importara.
Los observé por poco más de diez minutos, por respeto no me acerqué para intentar escuchar más.
Lo mismo hacían unos policías de la border patrol, dentro de sus camionetas, del lado norteamericano.
Las pintas sobre el muro completaban el cuadro. Ama. Poesía. Cultura migrante. Y sobre una mesa, un corazón de trapo con la frase: Déjalos que se abracen, y frente a éste, una biblia.
Así, quince minutos en el muro que divide Estados Unidos con México.
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