Lo mejor siempre vuelve a nuestras vidas
Viajar conlleva siempre un riesgo enorme: no alcanzar a disfrutar todo lo que el lugar visitado tiene para regalarnos. A veces son cosas para las que no hay que pagar un boleto, basta sólo con estar a la hora adecuada, con la vista atenta y los sentidos abiertos; basta voltear una y otra vez aún para ver incluso lugares que ya hayamos visto o visitado y descubrirles otra cara. Suele pasar que algunos por las mañanas son totalmente diferentes a lo que son por las noches. Suele pasar que hay rayos de sol que pegan con más intensidad que otros, en un día diferente de la semana, e iluminan de manera diferente las fachadas o la superficie marina; también pasa que aparece la luna más temprano robándole atención a lo que queda de día. Incluso el ánimo con el que uno camina o navega, puede abrir ventanas distintas y captar cada espacio de manera distinta al de segundos antes o a como el viajero de al lado lo capta. La primera foto la tomé en la isla de Naxos, Grecia. Dos horas antes desembarcamos del Ferry provenientes de Santorini, con el peso de las desveladas y el trayecto. Buscamos hotel, dejamos mochilas y salimos a buscar de comer. El arco que se alcanza a ver nos atrapó en el camino. Nos dirigimos al malecón, y caminamos hacia él presionados por el hambre. Y por ella, regresamos rápido al pueblito sin darnos cuenta que le estábamos dando la espalda a un espectáculo grandioso. Las fachadas de los comercios comenzaron a camuflarse con el color del atardecer. La gente de nos topábamos de frente estaba como petrificada viendo en la dirección de la cual veníamos. No lo resistimos y volteamos. Nos petrificamos también. En la foto de abajo está la razón. El sol escondiéndose entre el mar Egeo vigilado por la Portará erigida para venerar el dios Apolo. Imposible de olvidar.
Venecia enamora a cada click. En realidad, lo que puede verse en dos días en la ciudad italiana, es lo que uno ya ha visto en guías sobre el destino. Impactante, claro. Pero dos de las dos mejores imágenes que pude atrapar las conseguí cuando abandonaba la ciudad. Para llegar al aeropuerto, una de las formas es hacerlo en taxibotes, los cuales suelen recoger a la gente en los pequeños muelles repartidos en la ciudad o a las afueras de algunos hoteles de gran lujo. Acabé en uno de ellos por cuestiones de trabajo.
Como es natural, todas las miradas de quienes íbamos en el bote estaban enfocadas hacía el frente tratando de descubrir el destino. Venecia ya había sido visitada y quedaba atrás.
Pero cuesta mucho desprenderse tan fácil de lugares así. Podrán recorrerse una y otra vez, y siempre se descubrirá algo fascinante. Me fui al frente del taxibote con la pequeña Nikon en mano. El sol comenzaba a caer y a su paso dibujó toda la ciudad de una manera esplendorosa como sólo una fotografía lo puede describir. No sólo eso. La luna ya venía bajando. Y todo eso: Venecia, la luna y el sol, fueron la mejor manera de despedirme de esta ciudad con la promesa empeñada de volver quizá no para ver de nuevo una combinación tan perfecta, sino para reencontrarme con ese pedacito de vida que dejé regada en sus canales y calles, en algún café o mirada, en alguna habitación o detrás de alguna de sus fantásticas máscaras. Lo mejor siempre vuelve a nuestras vidas: para sentirlo y tocarlo de nuevo o en algún recuerdo.
Venecia enamora a cada click. En realidad, lo que puede verse en dos días en la ciudad italiana, es lo que uno ya ha visto en guías sobre el destino. Impactante, claro. Pero dos de las dos mejores imágenes que pude atrapar las conseguí cuando abandonaba la ciudad. Para llegar al aeropuerto, una de las formas es hacerlo en taxibotes, los cuales suelen recoger a la gente en los pequeños muelles repartidos en la ciudad o a las afueras de algunos hoteles de gran lujo. Acabé en uno de ellos por cuestiones de trabajo.
Como es natural, todas las miradas de quienes íbamos en el bote estaban enfocadas hacía el frente tratando de descubrir el destino. Venecia ya había sido visitada y quedaba atrás.
Pero cuesta mucho desprenderse tan fácil de lugares así. Podrán recorrerse una y otra vez, y siempre se descubrirá algo fascinante. Me fui al frente del taxibote con la pequeña Nikon en mano. El sol comenzaba a caer y a su paso dibujó toda la ciudad de una manera esplendorosa como sólo una fotografía lo puede describir. No sólo eso. La luna ya venía bajando. Y todo eso: Venecia, la luna y el sol, fueron la mejor manera de despedirme de esta ciudad con la promesa empeñada de volver quizá no para ver de nuevo una combinación tan perfecta, sino para reencontrarme con ese pedacito de vida que dejé regada en sus canales y calles, en algún café o mirada, en alguna habitación o detrás de alguna de sus fantásticas máscaras. Lo mejor siempre vuelve a nuestras vidas: para sentirlo y tocarlo de nuevo o en algún recuerdo.
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