Manita de gato a la Eiffel







31 de diciembre. Había sido un día intenso. Desde las 9:00 am habíamos estado de tour por la ciudad y por Versalles... el día sería más corto de lo normal, porque había que irse a casa a prepararse para recibir el año nuevo. En fin, como parte del tour estaba la visita a al Eiffel. Hacía frío, cero grados, mucho viento igual. Pero subir a la torre era imperativo. El boleto nuestro lo permitía hasta el segundo nivel. De todos modos, subir más no serviría de nada. La neblina ya estaba tan abajo que impediría la visibilidad más arriba. Asi, estuvimos lo que aguantamos, en los balcones del segundo nivel. Pese a eso, había mucha gente. Creo que nunca deja de haberla en este icono francés. Con tanta gente, subirse al elevador, era poco menos que imposible. Decidimos bajar por las escaleras. Calaba el frío. Entre la telaraña de fierros que conforman la imponente estructura, se colaba el aire. Así bajaba oyendo mis pasos sobre el metal, despacio porque cada parte de la estructura servía como marco para el increíble fondo que comenzaba a iluminarse. En un descanso descubrí a un trabajador montado sobre uno de los fríos fierros: estaba amarrado con varias cuerdas, con la orejas bien cubiertas y su abrigo amarillo. Me paré a observarlo un poco. Para mi era un elemento más del paisaje. No supe qué hacía en específico: si arreglaba algún remache gigante, algún foco, un cable, pero se movìa con agilidad y mucho cuidado. era el único trabajador que pude descubrir a esa hora. Faltaban pocos minutos para que la torre comenzara a dar su show de fin de año y quizá algún detalle trataba de solucionar ese hombre para dejar todo listo. Así, mientras algunos tomaban fotos a la ciudad desde la torre, otros iban a casa a preparar la cena, unos más admiraban desde abajo los juegos de luz de la giganta francesa, este señor guardaba el equilibrio, soportaba el frío y exponía la vida para que ésta estuviera radiante para recibir el nuevo año.

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De locura